lunes, 14 de septiembre de 2009

Ayer tuvimos un pase, una muestra, del trabajo interpretativo tal y como está a día de hoy. Ante una persona de confianza. Y las conclusiones fueron más que interesantes. Conclusiones sobre el trabajo que queda por hacer. Pero a grandes rasgos la propuesta por parte de dirección parece ser tan arriesgada como interesante. Necesita de dos actores que puedan desarrollarla en su máximo esplendor. Y en esas estamos.

Lo que parece que convierte en especial a esta obra, su idea, es la de la transformación. El espectador se ríe, se conmueve con los personajes, y al salir se identifica con los personajes en el sentido de que algo evidentemente está siendo transformado en su propia vida. Empezando por lo más evidente: su propio cuerpo. Y esa es la punta del iceberg, el motor de arranque de la visión de la decadencia de su propia existir, de su propio destino. Está presente la idea, totalmente actual en este momento y en esta sociedad que nos toca vivir, de que los problemas siempre son de los demás, claro, hasta que nos tocan a nosotros. Y a veces ya es demasiado tarde.

¿Conclusión de esta propuesta? Nada tiene ya solución. Transgresión desde el punto

de vista de la respuesta a aquella pregunta. La esperanza vendrá posteriormente, si acaso. Desde la reflexión que la visión de la obra propone que es que no hay solución a esos enigmas. El hombre está destinado a ese final. A esa transformación muy a su pesar. A su propia muerte. Y a la muerte de sus anhelos junto al de su cuerpo.

Creo que es algo que me ha tocado, porque plantea un paso más allá en la lectura que se puede hacer de la obra. Algo evidente desde la cabeza pero que a medida que se avanza en el trabajo empieza a comprenderlo el cuerpo entero.


A mí personalmente me encantaría pensar que la conmoción que uno espera que suscite en el espectador la visión de esta obra se pueda mover por estos derroteros.


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